Diego respondió sin expresión:
—¿Y si insisto en intervenir?
Uno de los hombres de negro se abalanzó sobre él:
—¡Muere!
Diego inmediatamente soltó la mano de Daniela:
—Quédate en la esquina y no te muevas.
Daniela sabía que no podía ayudar. Solo podía rezar para que su padre y Dolores llegaran pronto. Asintió:
—Me portaré bien. ¡Diego, ten cuidado!
Cuando el hombre de negro se abalanzó sobre él, Diego le propinó una patada que lo derribó al instante.
Los otros hombres, al ver la destreza de Diego, intercambiaron miradas y se lanzaron contra él con expresiones feroces.
Daniela observaba desde un lado mientras Diego enfrentaba a cinco hombres, su cuerpo ágil y frío moviéndose entre ellos sin mostrar desventaja alguna.
Diego tenía una excelente habilidad para pelear. Los músculos bajo su ropa estaban llenos de poder. Cuando lanzaba un puñetazo, las venas de sus brazos se marcaban. Su perfil bien definido y su cabello corto creaban una imagen que provocaba gritos de admiración.
Pronto, uno