Valentina estaba profundamente conmovida. Nunca imaginó que Héctor y Nadia quisieran adoptarla. En realidad, siempre había sentido aprecio por ellos, y cuando los veía mimar a Luciana, no podía evitar sentir envidia.
No tener padre ni madre era el gran vacío de su vida. Y ahora Héctor y Nadia querían llenar ese vacío.
Los ojos de Valentina se humedecieron.
—¡Acepto! Señor Celemín, señora Celemín, ¡quiero ser su hija!
Héctor y Nadia intercambiaron miradas, ambos extremadamente felices. Nadia abrazó a Valentina.
—¡Qué maravilla, Valentina! Desde ahora eres nuestra hija.
Valentina asintió.
—Si me quedé callada no fue porque no quisiera, sino porque no podía creerlo. ¡Estoy realmente feliz de ser su hija!
—Valentina, ya no puedes llamarnos señor Celemín y señora Celemín —dijo Héctor—. Tienes que cambiar la forma de dirigirte a nosotros.
Nadia sonrió.
—Valentina, ahora debes llamarnos papá y mamá.
Valentina los miró a ambos mientras lágrimas cristalinas rodaban por sus mejillas.
—¡Papá! ¡Ma