La mansión Lancaster había quedado atrás, pero el eco de aquella escena seguía martillando en el pecho de Bianca. La confesión brutal de Zachary, las lágrimas impotentes de Judith, las carcajadas venenosas de Willow y la burla despiadada de Cassian… todo se repetía una y otra vez en su mente como un tormento imposible de silenciar.
Subió al auto de Ronny sin pronunciar palabra, con el rostro blanco como la cera y los ojos fijos en un punto muerto. Sentía que el aire le faltaba, que el peso del mundo entero caía sobre sus hombros. Ya no sabía quién era. ¿Bianca Lancaster? ¿Una farsa? ¿Una usurpadora?
Las lágrimas comenzaron a rodar silenciosas por sus mejillas, pero pronto las secó con rabia. No quería llorar. No quería darles ese triunfo a sus enemigos.
Sacó el teléfono con manos temblorosas y, casi sin pensarlo, marcó el número de Aldric. Solo escuchar su voz era como respirar de nuevo.
Él contestó al segundo timbrazo, con aquella voz grave y acariciante que la estremecía.
—Bianca… —