El grito desgarrador de Judith rompió el silencio solemne de la mansión, un grito que hizo temblar los cimientos y heló la sangre de todos los presentes. Cassian y Zachary corrieron precipitadamente hacia el salón, con los rostros tensos, y lo que vieron los dejó petrificados: Willow yacía en el suelo, rodeada de un charco de sangre que teñía las frías baldosas. Su piel parecía más pálida que nunca, y sus ojos brillaban con lágrimas que parecían arrancadas del más profundo dolor... pero detrás de ese sufrimiento aparente, había algo más: la satisfacción cruel de quien sabe que su jugada maestra está a punto de tener efecto.
Judith, fuera de sí, temblando como una hoja al viento, gritaba órdenes al servicio mientras marcaba el número de emergencias.
—¡Ayúdenla, por Dios, ayúdenla! —clamaba, con la voz quebrada, mientras se arrodillaba junto a su hija.
Cassian se dejó caer al lado de Willow, con el rostro desencajado, y la tomó en brazos con desesperación.
—Willow... mi amor, ¿qué pasó?