Zeynep
—¿Vienes a cenar? —preguntó Ayla desde la cocina cuando Zeynep empujó la puerta con los papeles aún en la mano.
—Dame diez minutos —respondió Zeynep, depositando la carpeta sobre la mesa y dejando escapar un suspiro que era mitad cansancio, mitad alivio—. Tengo que cerrar un informe antes de desconectar.
—¿Otra vez trabajando hasta tarde? —dijo Ayla sin mirar—. No te hagas la heroína. Hoy hay lentejas.
Zeynep sonrió con esa mezcla de afecto y culpabilidad que siempre le provocaba su suegra adoptiva.
—Lentejas, entonces —aceptó—. Solo diez minutos.
A solas, se sentó frente al portátil, abrió la carpeta y revisó las últimas cifras de la auditoría. Las columnas encajaban mejor que la noche anterior; la gráfica mostraba un repunte en las consultas psicológicas y una caída en la lista de espera. Todo eso era real, tangible, y le daba la sensación de que cada hora robada al sueño valía la pena.
—Arda me llamó —dijo en voz alta para ella misma, como si eso ayudara a ordenar la agenda—