Zeynep
—¿Otra vez sin dormir? —preguntó Arda cuando la vio entrar al despacho con la taza vacía en la mano y la carpeta desordenada bajo el brazo.
—No es que no duerma —respondió ella colgando la chaqueta en el perchero—. Es que dormí a ratos. Revisé los informes de la auditoría hasta que dejaron de tener sentido. ¿Trajiste lo del escenario?
Arda dejó la caja sobre la mesa y abrió la tablet.
—Sí. Rutas, horarios, equipo de sonido. Vi los puntos de acceso para personas con movilidad reducida y añadí una alternativa por lluvia. Además, hablé con tres proveedores; dos aceptaron descuentos.
Zeynep sonrió, la sonrisa pequeña de quien agradece lo práctico.
—Perfecto. Pásame la tablet —dijo—. Voy a chequear la logística de las ambulancias y confirmar las brigadas de apoyo emocional.
Mientras Arda manipulaba la pantalla, Zeynep se sentó y desplegó la libreta donde apuntaba nombres, correos y prioridades. Hacía meses que organizaba agendas que no solo servían para eventos: servían para que la