El café El Faro olía a expresó quemado y murmullos, un refugio temporal en el torbellino que era mi vida. Me senté en una esquina, la mesa de madera áspera bajo mis dedos, mientras esperaba a Daniela Moreno. La periodista había prometido un artículo que destriparía a Fernando, y yo había aceptado reunirme con ella, aunque cada fibra de mi ser gritaba desconfianza. El mundo me había enseñado a no fiarme de nadie, no después de Carla, de Fernando, de las traiciones que aún me ardían en la piel como cicatrices frescas. Pero Daniela había cumplido. A las seis de la mañana, *El Clarín* publicó su reportaje: “El Imperio de Ápex Bajo Asedio: Fraude y Crimen Organizado en la Cúpula”. Las palabras eran vidrio molido, cortando la fachada de Fernando con precisión quirúrgica. Transferencias a cuentas fantasma, nexos con el cartel del Pacífico, el nombre de Armando López en letras grandes. Mi teléfono no paraba de vibrar: mensajes de Flor, de León, de accionistas nerviosos. Pero no era triunfo lo