La noche había caído con fuerza, trayendo consigo una quietud extraña que se sentía densa en el aire. Los destellos de la tormenta se apagaron poco a poco, pero la tensión seguía presente, recorriendo cada rincón de la habitación donde Eirin y Ethan se encontraban. La liberación de Orestes había destapado un torrente de emociones reprimidas. La ansiedad, la incertidumbre, el miedo, todo ello había crecido con el pasar de los días, especialmente al ver cómo los hilos del control de Orestes se extendían más allá de lo que ambos podían imaginar.
Eirin se encontraba sentada en la cama, con las piernas recogidas y la mirada perdida en la ventana empañada. La imagen de Orestes, recibiendo su libertad, seguía acechándola. Sentía la presión de los días en los que había intentado hacer frente al monstruo que lo había marcado todo en su vida, de la forma en que había manipulado su destino, controlado su vida desde el principio. Y sin embargo, aquí estaba, aún de pie. No había sido derrotada, a