La noche había caído con la misma oscuridad que envolvía a la ciudad. La luz de las farolas titilaba, reflejando una calma superficial que no conseguía engañar a nadie. En el aire, una tensión eléctrica se sentía, como si la tormenta estuviera esperando el momento perfecto para desatarse. Y así, lo hizo.
Ethan y Eirin caminaban por la acera, las sombras de la ciudad envolviendo sus figuras y de las personas que pasaban a su lado, mientras ellos se dirigían a su auto estacionado cerca de la entrada del edificio. Habían decidido salir de la mansión esa noche, buscando un respiro, un instante en el que la constante amenaza de Orestes no estuviera sobre sus cabezas.
«Todo esto... es solo un mal sueño», pensó Eirin, intentando calmar la tormenta interna que la arrasaba. Había dado un paso tan grande, forzando el divorcio sin la presencia de Orestes, sin permitirle estar allí para ver su caída. Lo había hecho para recuperar su vida, para tomar el control de su destino. Pero sabía que eso de