La oficina quedó en ruinas emocionales tras la salida de Orestes. El silencio que quedó atrás no era paz, era una pausa tensa, la antesala de otra batalla, esta vez, interna.
Ethan se pasó las manos por el rostro. Tenía el corazón latiendo como si acabara de correr aún sin moverse del lugar. Frente a él, Eirin se abrazaba los codos asiéndose sus manos a ellos, como intentando sostenerse por dentro. Su rostro estaba pálido, la blusa algo arrugada, y el carmín de sus labios aunque intacto comenzaba a opacarse ante la reacción de ella de mordérselos constantemente en una actitud nerviosa, evidencia de un caos que no solo fue emocional.
—Ven —dijo él por fin, su voz ronca pero firme.
Ella lo miró, dudando. Sus ojos estaban hinchados, vulnerables, rotos. Pero asintió. Lo siguió hasta un espacio privado contiguo que no sabía que existía. Ethan cerró la puerta con pestillo. Afuera, el bufete ardía en rumores, pero dentro, solo quedaban ellos. Dos ruinas vivas a punto de encenderse de nuevo.