Su respiración había cambiado: más suave ahora, más profunda. Esa respiración que le viene cuando está excitada y trata de fingir que no. Puedo imaginarla perfectamente. La espalda contra la pared, los labios fruncidos en esa expresión mitad molesta, mitad excitada que pone cuando logro alterarla. Probablemente aún lleva puesto lo que sea que se puso para ir a trabajar hoy, pero está pensando en quitárselo.
—Tú, señor —dice finalmente—, eres un hombre muy travieso. Ni siquiera pude decir para qué llamé y ya estás dirigiendo la conversación directamente al coqueteo.
—¿Para qué llamaste? —pregunto mientras me incorporo a la carretera—. Es viernes. Asumí que era una llamada para sexo. Ya estoy cambiando de ruta hacia tu casa.
—¡Nicolás Herrera! Esta no es una llamada con segundas intenciones.
—¿No?
—No.
—Demuéstralo.
—¿Qué?
—Si no llamaste porque extrañabas mi cuerpo, demuéstralo. Dilo.
Puedo escucharla ocultando una risa.
—No siempre soy una novia cachonda, ¿sabes? —dice.
—Entonces demué