Actuar con civilidad cuando estoy enojada es una habilidad que creí haber dominado después de aguantar a Dalila y Fernando durante años. Pero Soraya está poniendo a prueba esa habilidad, y cuento lentamente los minutos hasta que el último invitado cruza la puerta.
Nicolás podrá ser reservado y antisocial, pero su gente no lo es. Se quedan, platican, le dan palmadas en la espalda y brindan con cualquier alcohol que quede.
Finalmente, empiezan a irse de uno en uno, y me obligo a sonreír forzadamente ante cada apretón de manos, cada abrazo medio borracho, cada murmullo de "mucho gusto en conocerte". Nicolás y yo nos quedamos lado a lado como una pareja de anfitriones victorianos —yo con su camisa enorme y bóxers prestados, él con ropa cómoda y una sonrisa que se desvanece con cada segundo. Damos las gracias. Asentimos. Incluso me besa la mano un tipo con el pelo rapado y una actitud que grita expresidiario convertido en ejecutivo. Sonrío de todos modos, preguntándome cómo Nicolás encontró