—¿Disculpa?
Me volví hacia él con la respiración entrecortada. —¿Y si no lo hace?
Nicolás sonrió. —Entonces me temo que tendrás que seguir pasando hambre.
Antes de que pudiera procesar la amenaza, su brazo izquierdo me rodeó el pecho mientras su otra mano se deslizaba entre mis muslos, encontrando mi clítoris sin vacilación para acariciarme con movimientos firmes y precisos que me hicieron doblar las rodillas por la intensidad.
—Joder. —susurré con la voz quebrada.
Un gemido grave y complacido escapó de su garganta mientras su mano se apretaba ligeramente sobre mi pecho.
—Mantén los ojos en la pelea, conejita.
Obedecí.
Cada movimiento en el ring se grababa en mi mente. Goliat, magullado y sangriento, resistía sin rendirse mientras su oponente le asestaba un golpe brutal al estómago que hizo que mis caderas se estremecieran, sintiendo cómo me acercaba al clímax.
Intenté mantenerme callada y ocultar lo que me pasaba, pero Nicolás lo percibió y se detuvo.
—¡No, no, no! —grité.
Cuando trat