Su mano se deslizó hacia mis pantalones cortos, bajó el cierre y se coló por dentro hasta encontrar mi intimidad. Recogió mi humedad y la llevó hasta mi clítoris, trazando círculos lentos que me arrancaron jadeos y gemidos mientras mi cuerpo se movía al compás de sus caricias.
—¿Nuestra apuesta? —logré susurrar entre suspiros.
—¿Ya se te olvidó? Hicimos una apuesta: si no hay boda, eres mía.
Negué con la cabeza, tratando de despejar la neblina de deseo que nublaba mis pensamientos. —Esos no fueron los términos. Dijiste que me conquistarías.
—Es lo mismo.
—Tengo que hablar con él, con Héctor. No puede cancelar la boda.
—Creo que ya hablaste suficiente por hoy, gatita —dijo mientras sus dedos abandonaban mi clítoris para hundirse dentro de mí. Mi cuerpo respondió al instante, mis caderas buscando más contacto—. Viniste a decirme que soy un desgraciado por querer evitar que mi amigo se case con alguien que no lo merece. Pero tú insistes en que esa boda tiene que pasar, solo por convenienc