Capítulo 2. Un boleto de avión.
Sentí que se me encendía la cara de vergüenza. ¿Quién se creía que era esa chica?
—No. —Fernando respondió sin siquiera detenerse a pensarlo.
—Qué lástima —Ámbar hizo un puchero—. Sin embargo, a mí sí me gustaría verla desnuda.
¿Cuál era su problema? ¿Se estaba burlando de mí, divirtiéndose a costa de la amiga fea y torpe, o había algo genuino en su interés?
De cualquier manera, no quise quedarme para averiguarlo.
Me di vuelta y me abrí paso entre la multitud hacia el baño, necesitando espacio, aire y silencio.
"Qué tonta, pero qué tonta, soy". Me repetía en silencio. ¿Qué esperaba que pasara esa noche?
En el baño, me apoyé contra el lavamanos, contemplando mi reflejo en el espejo manchado mientras murmuraba para mis adentros.
—Compórtate —murmuré—. Esta fue tu idea.
Mi brillante plan para animar a Fernando había sido un completo fracaso. En lugar de distraerlo de Dalila, lo había empujado directamente a los brazos de Ámbar. Ahora estaba escondida en un baño mientras ellos probablemente se besaban e intercambiaban números de teléfono.
Me eché un poco de agua fría en las muñecas, me retoqué el labial y me armé de valor para volver allá afuera, recordándome que era una mujer adulta que podía soportar ver a su mejor amigo besándose con otra, algo que había hecho mil veces.
Pero cuando finalmente me atreví a volver al club y escanear la pista de baile en busca de la figura familiar de Fernando, no estaba por ningún lado.
Donde habían estado bailando, ahora había un grupo de chicas tomándose fotos. Sentí un nudo en el estómago mientras buscaba entre la gente. No se habría ido sin mí, ¿o sí?
Los vi justo cuando salían por la puerta principal, Fernando abrazándo a Ámbar por la cintura mientras ella echaba la cabeza hacia atrás, riéndose de algo que él había dicho. Se iban juntos, sin siquiera enviarme un mensaje.
Me abrí paso a empujones hacia la salida, ignorando las maldiciones y miradas furiosas que me lanzaban.
El aire fresco de la noche me golpeó cuando salí disparada, justo a tiempo para ver a Fernando forcejeando con unas llaves, mis llaves, en mi auto.
—Oye, oye, espera. ¿Adónde van? —me apresuré hacia ellos con mis tacones haciendo clic en el pavimento.
Fernando levantó la vista, sobresaltado. —Nos vamos a seguir la fiesta, Solana.
—¿Y decidiste llevarte mi auto?
Al menos tuvo la vergüenza de verse incómodo, pasándose la mano por la nuca con ese gesto que siempre me encantaba, pero esa noche solo me molestó más. ¿Cómo se atrevía a poner esa cara de niño regañado después de intentar llevarse mi auto?
Ámbar simplemente puso los ojos en blanco. —Cálmate mamá, te puedes ir en Uber.
—No voy a hacer eso —le arrebaté las llaves de la mano a Fernando—. Están borrachos. Suban atrás, yo manejo.
Ámbar entrecerró los ojos, pero finalmente se subió al auto, mientras que Fernando la siguió sin atreverse a mirarme. Antes de que pudieran decir algo más, cerré la puerta detrás de ellos más fuerte de lo necesario.
El trayecto fue insoportable, con mis nudillos blancos sobre el volante mientras navegaba por las calles oscuras tratando de ignorar lo que pasaba en el espejo retrovisor. Aunque no quisiera, los escuchaba: los susurros, las risitas, el ruido de cuando se besaban.
Subí el volumen de la radio, pero ni eso pudo ahogar sus murmullos.
—Te deseo tanto. —dijo Fernando.
—Hazme tuya aquí y ahora. —respondió Ámbar.
Su voz me dio escalofríos.
—Agh, si se ponen a hacer el amor en mi auto, los bajo a patadas. —exclamé, desviándome ligeramente mientras me volteaba a fulminarlos con la mirada.
Estaban enredados en el asiento trasero, con Ámbar prácticamente encima de Fernando, el labial corrido por su cuello y la mano muy arriba en su muslo.
Ella me miró a los ojos por el espejo y sonrió. —¿Te unes? —su lengua se asomó para humedecerse los labios—. Va a ser interesante.
Por poco chocamos.
—¿Qué? —mi voz salió como un chillido.
—Me escuchaste. Siempre he querido hacerlo un trío.
Fernando me miró por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que yo estaba furiosa. —Ámbar, no creo que...
—No me digas que no lo has pensado, Fernando —lo interrumpió—. Tu amiga la intelectual que está tan buena, toda reprimida y necesitada. Seguro que se pone... salvaje en la cama.
Se me encendió tanto la cara que pensé que iba a empañar los vidrios del auto.
—Están borrachos —logré decir—. Los dos.
—No tanto —ronroneó Ámbar—. Solo lo suficiente para decir la verdad. ¿Qué dices, Solana? ¿Fernando, tú y yo ? Seguro te lo has imaginado miles de veces con las manos encima.
El auto quedó en silencio, solo se escuchaba el ruido del motor y los latidos de mi corazón que parecían tambores. Ámbar había dicho en voz alta mi secreto más profundo, lo había tirado ahí entre nosotros como si no fuera nada, como si fuera solo otra idea de borrachos y no lo que me había mantenido despierta tantas noches.
Apreté el volante con más fuerza, concentrada en el camino adelante y con miedo de mirar por el espejo otra vez, temiendo lo que Fernando pudiera ver en mi cara.
—Ámbar, ya basta —la regañó Fernando—. La estás incomodando.
—¿En serio? —Ámbar se inclinó hacia mí—. ¿O solo estoy diciendo lo que Solana está pensando? Por eso seguiste a Fernando aquí como su niñera, ¿no? Lo deseas.
Pisé el freno, deteniéndome bruscamente en la acera.
—Bájense —ordené, con la voz temblando—. Ambos, bájense de mi auto.
—Solana, vamos. —dijo Fernando.
—Hablo en serio, bájense. Tomen un Uber a su casa, yo me voy a la mía.
Ámbar soltó una risa áspera que me crispó los nervios. —Ay, Dios, yo tenía razón. Estás loca por él.
—¡Ámbar! —siseó Fernando—. Ya basta.
¿Eso era todo lo que ella creía que era? ¿Una simple atracción física? No tenía ni idea de lo que Fernando significaba para mí, ni de lo profundos que eran mis sentimientos por él. Había convertido mi amor en algo sucio y vergonzoso.
Me temblaron las manos mientras me volteaba para enfrentarlos. —Bájense, ahora mismo.
Mi expresión los convenció de que hablaba en serio: Fernando se bajó primero, luego ayudó a Ámbar, que seguía riéndose mientras se tambaleaba en la acera. Sin esperar a ver adónde iban, arranqué con un chirrido de llantas y los ojos empañados por las lágrimas que trataba de contener.
***
Por casi una semana, ignoré las llamadas de Fernando. Mi celular sonaba y lo dejaba a un lado, llegaban notificaciones y las borraba sin leer. Me sumergí en el trabajo, esperando que eso calmara la humillación que me ardía en las venas. Pero Fernando era como una cucaracha que siempre encontraba la manera de colarse.
—¿Me estás evitando, Solana? —preguntó desde arriba.
Levanté la vista de mi monitor y ahí estaba, recargado en el borde de mi cubículo como si fuera él dueño del edificio, con el cabello alborotado y los ojos oscuros manchados por el desvelo. Se veía destrozado, y eso me satisfizo.
—¿Quién te dejó entrar? —pregunté.
—La recepcionista está enamorada de mí, ¿recuerdas?
—Fernando, estoy ocupada —volví a mirar la pantalla—. ¿Podemos hablar después?
"Ojalá nunca". Pensé.
—No me moveré de aquí hasta que hablemos.
Eché un vistazo alrededor; todos habían dejado de fingir que trabajaban y nos observaban sin disimulo. Jimena de contabilidad, le susurró algo a Carla de sistemas, quien inmediatamente volteó a vernos. Perfecto, ahora era el espectáculo dramático de la oficina.
—¿Puedes bajar la voz? —siseé—. La gente nos está mirando.
Sonrió. —Más bien me están mirando.
—Qué creído eres.
—¿Y ahora qué te pasa? ¿Estás en esos días o qué?
Por Dios, ese hijo de puta.
Giré mi silla hacia él, entrecerando los ojos. —¿En serio acabas de...?
—¡Era broma! —levantó las manos en señal de rendición—. Jesús, Solana. ¿Qué carajo te pasa?
"¿Qué me pasa a mí? ¿En serio está actuando como si no supiera nada? Perfecto, vamos a jugar este juego". Pensé.
Lo miré fijamente, con la garganta apretada. —¿Qué quieres, Fernando?
Se metió la mano en la chaqueta y tiró algo sobre mi escritorio.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Un boleto de avión a Asheville, Carolina del Norte. Lo reservé para dentro de siete semanas.
Fruncí el ceño, no me gustaba para nada lo que estaba escuchando. —¿Por qué me estás dando un boleto de avión, Fernando?
—Tú y yo vamos a colarnos en la boda de Dalila.