Capítulo 3. Conocer al hermano equivocado.
Arrastré a Fernando de la chaqueta hasta el estacionamiento de mi empresa, ignorando sus protestas. Al llegar frente a su auto, me di vuelta para enfrentarlo.
—¿Qué te pasa? —le pregunté—. ¿En serio quieres arruinar la boda de tu ex? ¿Estás loco?
Fernando se pasó una mano por el cabello. —Necesito un cierre, Solana.
—No, Fernando. Lo que necesitas es ir al psicólogo.
—No puedo quedarme aquí viendo cómo la mujer que amo se casa con otro.
Dios, quería golpearlo, besarlo hasta que Dalila fuera solo un mal recuerdo, o gritar hasta quedarme sin voz.
—¿Y cuál es el plan? ¿Vas a colarte en la iglesia? ¿Arruinar su día especial? ¿Empujar al novio y declarar tu amor como en las películas? Por favor, Fernando, tú no eres así.
—No quiero arruinar la boda —murmuró—. Solo... necesito que me mire y me diga que ya no siente nada.
Se me cortó el aire. Lo odiaba, odiaba lo loco que seguía estando por Dalila y que todavía la adoraba como si fuera perfecta después de todo lo que le hizo, después de las infinitas desilusiones.
—Pues, no iré contigo. —le dije.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero.
—Solana, vas a ir y punto.
—No voy.
—Te necesito.
Ah, ahí estaban las palabras que me destruían por completo. Odiaba cómo se me aceleraba el pulso, odiaba que todavía tuviera ese poder sobre mí.
—Si las cosas... no salen como espero —continuó, acercándose—, necesito a mi mejor amiga conmigo. No sé si voy a poder sobrevivir solo, si Dalila continúa con la boda.
Por supuesto que me necesitaba, siempre me necesitaba.
Había estado reconstruyendo a Fernando durante tanto tiempo que probablemente podría armarlo de memoria. Conocía cada grieta, cada fractura, había sostenido los pedazos rotos de él en mis manos y los había vuelto a pegar más veces de las que podía contar. Pero estaba cansada de amarlo cuando a él ni siquiera se le había ocurrido amarme a mí.
Me tragué el nudo en la garganta y me obligué a mirarlo a los ojos. —No soy tu paño de lágrimas, Fernando.
—Por favor, Solana. No te lo pediría si no fuera importante.
Y así de fácil, me rendí, porque era débil, patética, y lo amaba, siempre lo iba a amar.
—Está bien —accedí—. Pero cuando esto inevitablemente te explote en la cara, no voy a recoger los pedazos. —Aunque mientras lo decía, ambos sabíamos que era mentira.
Fernando esbozó una sonrisa juvenil y torcida que me aceleraba el corazón. —Trato hecho.
—¿Al menos me compraste boleto en primera clase?
—Sabes que no viajo en clase turista, Solana.
—Bueno.
Me di vuelta y marché de regreso a la oficina, pensando en lo que realmente íbamos a hacer: volar hasta la otra punta del país para arruinar la boda de su ex. ¿Qué podría salir mal?
***
[Siete semanas después]
Llevaba más de una hora esperando en el Aeropuerto Regional de Asheville, con la maleta apoyada contra las piernas.
Se suponía que Fernando me iba a encontrar en el momento en que aterrizara, pero por supuesto, el maestro del caos emocional y las malas decisiones no aparecía por ningún lado.
Había tratado de llamarlo sin éxito, también le mandé mensajes que dejaba en visto.
Revisé mi celular por centésima vez; nada. La batería estaba al 12%, justo lo suficiente para pedir un Uber y encontrar el hotel más cercano si era necesario.
Estaba a segundos de lanzar mi celular contra la pared cuando escuché el ronroneo grave de un motor que sonaba como si hubiera salido directamente del infierno, un rugido profundo que hizo que varias personas cerca se voltearan a mirar.
Levanté la cabeza justo a tiempo para ver un imponente Mustang Shelby GT500 negro, deslizarse hasta detenerse frente a mí.
La ventana bajó y Dios mío, el hombre detrás del volante estaba para morirse.
Era hermoso, pero peligroso, con esa belleza que te advierte que no te acerques. Mandíbula marcada, cabello oscuro, vestido completamente de negro como si viniera de causar problemas.
Me recorrió de pies a cabeza con la mirada, evaluándome, mientras yo resistía la necesidad de alisar mi ropa arrugada por el viaje o arreglarme el cabello.
—¿Solana Mercado? —preguntó.
Parpadeé. —¿Quién eres?
—Supongo que soy el hermano equivocado. —respondió.
—¿Cómo?
—Perdón por no presentarme correctamente —dijo con voz suave, profunda y muy atractiva—. Soy Nicolás Herrera, hermano de Fernando. Me pidió que viniera por ti para llevarte a casa de mis padres.