Exhalé tratando de imaginar la habitación en mi mente, pero las vueltas habían hecho su trabajo y ya no tenía referencias: podía estar mirando hacia la pared, la cama o ese aterrador marco en forma de X. Ese era el punto, que no eligiera yo sino que el destino lo hiciera.

Avancé a ciegas con los brazos extendidos, las palmas rozando el aire hasta que tropecé con algo: primero hierro frío, después la suavidad de un colchón que me confirmó que había encontrado la cama.

—Qué buena puntería. —murmuró Nicolás directamente en mis oídos.

Salté. —Dios, me asustaste.

Apenas terminé de hablar cuando me empujó hacia adelante, aplastando mi cabeza contra la cama y dejando mi trasero en alto. La nalgada me pegó fuerte en la nalga y grité de sorpresa mientras escuchaba su voz grave y autoritaria detrás de mí.

—¿Qué te dije sobre hablar, conejita?

Me mordí el labio recordando su regla. —No hablar, Amo.

Me levantó aún más alto y la siguiente nalgada me pegó directamente en el sexo, justo en el clítori