Retrocedí un paso por instinto mientras él siguió caminando hacia mí, un depredador que sabía que su presa no correría muy lejos.
Mi espalda chocó contra el estante y el consolador aún estaba en mi mano cuando se detuvo frente a mí, quitándomelo suavemente de los dedos y colocándolo de vuelta en su lugar.
Se inclinó hacia mí.
—¿Sabes por qué te traje aquí? —Preguntó con tono grave.
Negué con la cabeza.
—Respóndeme, Solana.
—No.
—Me gusta esta habitación —murmuró.
Se me hizo un nudo en la garganta. —Es una habitación muy... rara.
—¿Tienes miedo?
Dudé, con el corazón golpeándome el pecho a toda velocidad. La luz roja hacía que todo se sintiera amenazante y cargado de tensión. No sabía qué tipo de cosas había hecho aquí ni qué planeaba hacerme, pero no podía negar el calor que se extendía por mi vientre y la curiosidad que me recorría la espalda.
—Sí —susurré—. Tengo miedo, pero lo dije en serio: quiero conocerte completamente, hasta tus lados más oscuros.
Me agarró del cuello y me atrajo