Mundo ficciónIniciar sesiónEl fuego chisporroteaba en la chimenea del pequeño despacho de la rue Saint-Jacques.
Las cortinas permanecían cerradas y el olor a medicamentos se mezclaba con el del vino derramado. En un sillón, envuelto en una capa negra, Lord Ashford observaba la llama con una fijeza casi febril. El brazo izquierdo, aún vendado desde la mañana de Notre-Dame, descansaba en un cabestrillo.Frente a él, rígido como una estatua, estaba el coronel Beaumont, con el uniforme todavía impecable pese al aire viciado del cuarto.
Sobre la mesa, u






