La jornada en Ashbourne Manor había concluido entre los ecos de la música y las luces de los candelabros. La casa recuperaba poco a poco su calma, pero en el interior de Eleanor Whitcombe el sosiego era imposible.De regreso a su habitación, se detuvo frente al espejo. Los cabellos castaños, recogidos con esmero, comenzaban a soltarse en bucles rebeldes. Sus ojos, aún encendidos por lo ocurrido en los establos, reflejaban preguntas para las que no tenía respuesta. Apenas podía recordar las palabras exactas del desconocido, pero la fuerza de su mirada permanecía intacta, como una marca invisible en su piel.La pluma de halcón, un oscuro secreto, descansaba oculta entre las páginas de un libro de poesía, sobre la mesilla de noche de Eleanor. Cada vez que la contemplaba, un escalofrío la recorría, una mezcla de culpa y una emoción tan intensa que no se atrevía a nombrar. A veces, en la quietud de la noche, una pregunta se abría paso entre la turbación: ¿por qué? ¿Por qué un hombre así,
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