El rugido de las llamas que lamían los barriles de combustible y el incesante tableteo de los disparos creaban una sinfonía infernal en el almacén. Elena, acorralada detrás de una pila de sacos, podía escuchar las botas de Oleg y sus hombres acercándose. El hedor a pólvora y a combustible quemado le llenaba los pulmones, y el calor de las llamas era un recordatorio constante de su inminente peligro.
—¡No tienes dónde esconderte, rata! —la voz de Oleg resonó, más cercana, teñida de una satisfacción cruel.Elena cerró los ojos, el miedo la ahogaba. El fin. Este era el fin.De repente, un estruendo ensordecedor. No era una explosión. Era el rugido de un motor, inmensamente potente, que resonó en el almacén, haciendo vibrar el suelo. Luego, un chirrido de metal contra metal, largo y agonizante.Las luces del almacén parpadearon y se apagaron por un instante, sumergiendo el lugar en una penumbra aún más densa, rota solo por el respl