El rugido del fuego consumiendo el almacén de los Russo quedaba atrás, una hoguera infernal que iluminaba el cielo nocturno sobre el puerto de Londres. Elena, Lucas y Ramiro se movían entre la neblina que se aferraba a los callejones, el olor a humo y a pólvora persistiendo en el aire. La adrenalina aún corría por las venas de Elena, una mezcla de terror y euforia por haber escapado. Lucas, aunque cojeaba visiblemente y su rostro estaba pálido, mantenía una concentración férrea, sus ojos escudriñando cada sombra. Ramiro, silencioso y vigilante, lideraba el camino por los laberínticos pasajes del muelle.
El sonido de sirenas distantes comenzó a resonar en el aire, acercándose.
—Maldita sea —murmuró Lucas, su voz ronca —La policía.
—Era inevitable —Ramiro respondió, su voz grave —Un incendio de esa magnitud… No lo pasarían por alto.
—¿Creemos que nos vienen a buscar a nosotros? —preguntó Elena, el pánico resurgiendo.
—No directamente —Ramiro respondió, sin detenerse —Irán al almacén. Pe