La oscuridad del túnel era sofocante, el hedor a humedad y putrefacción se aferraba a la garganta de Elena. El hombre, un matón de los Russo, se cernía sobre ella, sus ojos oscuros llenos de un reconocimiento peligroso. La mano se movía lentamente hacia su cinturón, y Elena supo que el final estaba cerca. El pánico la paralizó, el corazón le martilleaba en el pecho como un tambor frenético.
De repente, una imagen. La imagen de Lucas, su rostro pálido y vulnerable, inconsciente en el catre de Ramiro. La promesa que le había hecho al Don. La vida que Lucas había sacrificado por su hermano. No podía rendirse. No ahora.
Sus ojos, en un destello de desesperación, buscaron algo, cualquier cosa. Su mano, que había caído junto a su cuerpo, rozó un objeto frío y metálico en el suelo. E