El vasto almacén del puerto de Londres zumbaba con la monótona actividad de los hombres de los Russo. Elena se movía como una sombra entre las pilas de cajas y los montacargas, su corazón martilleando con cada paso. El olor a salitre, a pescado, a aceite y a una persistente nota de miedo se aferraba al aire. Había llegado al corazón del "Barco Fantasma", y cada segundo era una cuenta regresiva hacia el descubrimiento.
Se dirigía hacia las oficinas improvisadas, unas estructuras de madera en el centro del almacén. Parecían el lugar lógico para encontrar los registros. Mantuvo su mirada baja, su pañuelo ocultando gran parte de su rostro, mezclándose con los otros trabajadores que apenas le prestaban atención.
De repente, un silbido agudo y prolongado resonó en el almacén. Todos los movimientos se detuvieron. Los hombres dejaron de cargar cajas, las carretillas elevadoras se quedaron inmóviles. Un silencio tenso y ex