El whisky ardía en la garganta de Lucas, un fuego efímero que no lograba calentar el vacío en su interior. La noche se arrastraba, lenta y pesada, cada minuto un recordatorio del inminente encuentro. Se levantó y caminó hasta la ventana, la ciudad dormida extendiéndose bajo el manto de la lluvia. La silueta de los edificios se difuminaba en la neblina, un paisaje que reflejaba la confusión en su mente.
-Elena -murmuró para sí mismo, el nombre sintiéndose extraño en sus labios, como si perteneciera a otra vida, a otro hombre. Se volvió, sus ojos deteniéndose en un viejo álbum de fotos sobre una estantería. Hacía años que no lo abría. Años que no se permitía la debilidad de mirar hacia atrás. Pero esta noche, la barrera se había resquebrajado. Se acercó y tomó el álbum, el cuero desgastado sintiéndose familiar bajo sus dedos. Lo abrió con lentitud, las páginas crujiendo suavemente. La primera imagen era de una playa, el sol cayendo en un resplandor dorado. Él mismo, más joven, una sonrisa genuina adornando su rostro, un brazo rodeando la cintura de una chica. Elena. Su cabello ondeando al viento, sus ojos riendo, llenos de una luz que ahora le parecía casi irreal. -Éramos tan ingenuos -dijo en voz baja, la voz áspera. Pasó las páginas. Fotos de ellos riendo en un parque, compartiendo un helado, sus miradas cruzándose con una intensidad que casi dolía. Recordó la facilidad con la que hablaban, las horas que pasaban simplemente existiendo en la compañía del otro. Ella había sido el antídoto a la oscuridad que ya entonces comenzaba a cernirse sobre él, una promesa de un futuro diferente. Una foto en particular lo detuvo. Era de un picnic en un campo de amapolas. Elena recostada sobre la hierba, los ojos cerrados, el sol besando su piel. Él estaba a su lado, observándola, una expresión de paz en su rostro que nunca había vuelto a sentir. -Recuerdo ese día -la voz de Lucas era apenas un susurro, como si temiera romper la quietud del recuerdo -Me dijiste que querías viajar por el mundo, pintar los atardeceres de cada continente. Y yo... yo solo quería estar a tu lado. Una punzada de dolor, aguda y repentina, le atravesó el pecho. Era un dolor que creía haber erradicado, un lujo que no se permitía. Cerró los ojos, y la imagen de Elena apareció vívida en su mente. El roce de su mano, la suavidad de su piel, el perfume de su cabello. Recordó la conversación que lo había cambiado todo, la noche en que la oscuridad lo había arrastrado por completo. Estaban sentados en el muelle, el agua lamiendo suavemente las tablas de madera. La luna llena iluminaba el cielo, reflejándose en el mar. -Lucas -la voz de Elena había sido suave, pero firme -¿Qué te está pasando? Te siento... distante. Él había evitado su mirada, sus ojos fijos en el horizonte. Ya estaba demasiado inmerso, demasiado comprometido con la "familia". Los lazos eran más fuertes de lo que imaginaba, las promesas hechas en la oscuridad, irrompibles. -Nada, Elena. Solo estoy... cansado. -No me mientas. Te conozco. Hay algo que te persigue. Algo que te está transformando. Había suspirado, la verdad pesándole en el alma. Pero no podía decírsela. No podía arrastrarla a ese infierno. -Hay cosas que tengo que hacer, Elena. Cosas de las que no puedo hablar. Ella había tomado su mano, sus dedos entrelazándose con los suyos. -Déjame ayudarte, Lucas. No tienes que cargar con todo esto solo. Él había retirado su mano, la necesidad de protegerla de su propio mundo superando el deseo de aferrarse a la luz que ella representaba. -No puedes ayudarme. Nadie puede. Este es mi camino. La decepción había brillado en sus ojos. Una decepción teñida de tristeza y miedo. -¿Tu camino? ¿Qué clase de camino es ese, Lucas? Cada día te veo más... oscuro. Más frío. -Es lo que hay -había respondido, la voz gélida, cortando cualquier posibilidad de discusión. Sabía que la estaba lastimando, pero pensó que era la única forma de salvarla. Romperle el corazón para salvar su vida. -Entonces... entonces no me queda más opción que dejarte ir -había dicho ella, sus ojos llenos de lágrimas. Las lágrimas que él no había podido secar, porque sabía que eran causadas por él. Se levantó abruptamente de la silla, el recuerdo todavía doloroso. Había permitido que ella se marchara, que desapareciera de su vida, convencido de que era lo mejor para ella. Se había sumergido en el mundo criminal, cada día más frío, más eficiente, más letal. Se había convertido en lo que la "familia" necesitaba: un arma sin emociones. Y ahora, el destino la ponía de nuevo en su camino. Una mujer que había sido su única conexión con la luz, ahora en peligro, y su vida dependiendo de sus manos. De sus manos manchadas. Miró el álbum de fotos una última vez, la imagen de la joven Elena sonriendo bajo el sol. La cerró con un chasquido, el sonido resonando en el silencio del apartamento. No había vuelta atrás. Ya no era el hombre de esas fotos. Era Lucas, el guardaespaldas de la mafia. Y su misión era proteger a Elena. Aunque eso significara revivir los fantasmas de un pasado que creía haber enterrado para siempre. El amanecer se asomó por la ventana, una promesa tenue de un nuevo día. Pero para Lucas, el día que comenzaba estaba cargado del peso de un pasado no resuelto y un futuro incierto. Se vistió con su habitual traje oscuro, cada movimiento preciso y mecánico. El arma, fría y pesada, se deslizó en su funda. Estaba listo. O al menos, su cuerpo lo estaba. Su mente, sin embargo, era un torbellino de recuerdos y dudas.