79 La Soledad del Refugio

— Hemos asegurado el paquete — dijo Giubilei, con voz cansada, pero con un rastro de victoria — Pero no podemos quedarnos, mi ausencia levantará sospechas en cuestión de horas, Visconti no es tonto, cuando no me encuentre en mi residencia, sabrá que yo fuiparte de todo esto.

Luciana, pálida y apoyada contra la pared de plomo, asintió, aunque el movimiento le costó una mueca de dolor.

— ¿Cómo salimos de aquí? — preguntó ella — ¿debe ser ya? Estoy muerta de cansancio y el hombro… me duele…

— Necesito estar en mi despacho en la Basílica antes del Angelus matutino, demasiada perfección en mi paradero sería tan sospechosa como mi desaparición, daré la impresión de estar ligeramente enfermo. Nadie me interrogará de cerca sí parece contagioso — se rio.

El Cardenal miró a Darío.

— Ustedes no deben moverse hasta que yo regrese, el acceso es rastreable desde el otro lado, aunque mi maniobra debería haberlo ocultado a las cámaras. Pasada la medianoche, regresaré con provisiones, luego, nos organ
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