El miedo era un vapor gélido que asfixiaba el pequeño túnel de acueducto. El sonido, ese chasquido húmedo de un pie sobre la piedra, era real, y la figura, oscura y detenida al final del pasaje, era inconfundiblemente la silueta de un hombre armado.
Giubilei retrocedía, susurrando el nombre de los “Vigilantes” como si fueran criaturas de una leyenda trasmitida a través de los siglos.
Luciana había desenfundado su ar*ma, la pis*tola era peso tranquilizador en su mano temblorosa que le infundía algo de seguridad, pero solo Dario, atrapado entre dos cuerpos, sentía la necesidad de actuar.
El silbido constante del dron de Greco, aun patrullando el túnel sellado veinte metros arriba de ellos les recordaba que tenían el tiempo contado, no podían quedarse quietos.
—No vamos a morir aquí — siseó Dario, su voz agotada le raspaba la garganta — No ahora.
Con un impulso desesperado, empujó a Luciana hacia un lado y dio dos zancadas grandes en el canal de agua poco profundo con el splash de sus pi