El pensamiento de Elena era la tabla de salvación que lo alejaba del abismo emocional. Darío sacó un mapa plegado de Roma que había guardado en su bolsillo, un mapa turístico que era inútil en el subsuelo, pero que le servía para concentrarse.
Sacó la linterna de Giubilei y la apuntó al mapa.
— No vamos a dormir, ¿verdad? — La voz de Luciana, ronca y baja, lo sorprendió, ella estaba despierta, observándolo.
— Yo no, no puedo, pero tú si debes descansar, duerme y yo haré guardia — admitió Darío, sintiendo el pinchazo de haber sido descubierto en su momento de debilidad — ¿Cómo está el dolor?
— Soportable. Las pastillas ayudan, pero mi cabeza no ayuda... — admitió con cuidado, no quería herirlo, pero por alguna razón, tenía la urgente necesidad de hacerle saber la verdad sobre cómo se sentía.
Él captó la idea en el aire, pero desvió el tema, estaba siendo demasiado difícil esto de ser solo… hermanos, cuando su piel se quemaba el uno por el otro con solo estar solos en una habitación, as