Dario, Leo, Sofi y la Doctora Rossi se habían desvanecido por la abertura oculta detrás de la chimenea en el acceso a las antiguas mazmorras. Luciana se quedó en el gran salón, vestida para la farsa.
Tenía el cabello revuelto y el rostro marcado por la tensión. Se giró para ver su aspecto en el reflejo del espejo que colgaba de la pared.
— ¡Carajo! No parezco salida de una lucha, necesito que esto sea creíble — se dijo rasgando un poco su blusa y buscando algo con lo que ocasionarse un par de hematomas en la cara.
Miró para todas partes y no halló nada.
— Ni modo, nena, más te vale no ser una gallina — Se dio ánimos antes de golpear el marco de madera de la puerta con la frente un par de veces hasta sentír que algo caliente recorrió su cara.
Volvió a mirarse al espejo. Un hilillo carmesí bajó desde su sien hasta la mejilla profusamente, Luciana sonrió, le dolía como el demonio pero iba a ser suficiente para el engaño.
— ¡Ahora sí, muñeca — Pasando las puntas de los dedos por el corte