Dario se dirigió al tocador adyacente, dejando sobre la cama unos pantalones negros de entrenamiento y una camiseta sin mangas. El equipo era sobrio, de corte militar.
— Te espero en el sótano. En diez minutos. Si llegas tarde, corres cinco kilómetros. El búnker es la única aula en esta fortaleza — sentenció.
Y sin esperar respuesta, salió del estudio, dejando a Luciana temblando de rabia y excitación traicionera.
Luciana se cambió rápidamente, el tejido técnico de la ropa era un recordatorio físico de su nueva realidad. Las manos le temblaban todavía al pensar en el contacto físico con el duro y tonificado cuerpo de Dario.
Apenas si pudo abrocharse las cremalleras del pantalón y meterse la camiseta.
Descendió por las escaleras al subsuelo de la propiedad, en medio de un laberinto de corredores fríos y viejas piedras de una construcción mucho más antigua, se le revolvió el estómago al pensar que tal vez ese lugar había sido una mazmorra real en la antigüedad, y por un momento, casi pu