Parado en la cabina de tiro, donde una serie de blancos de siluetas humanas estaban esperando a cuarenta metros.
— La gente muere, Chiara. Y tú no vas a ser una de las que mueren por incompetencia — Le avisó, como si no fuera a permitir semejante estupidez.
La tomó de la mano con brusquedad. La piel de Dario estaba caliente y áspera. La guio hacia la mesa y cerró sus dedos sobre la empuñadura fría del arma.
Luciana sostenía con torpeza el ar*ma sintiendo el peso en sus manos con dificultad, no era fácil tratar de manejar esa cosa y fingir que era un simple objeto más, porque no lo era.
— Tienes que practicar hasta que el arma deje de ser una pieza de metal en tus manos y se convierta en una parte de tu cuerpo. Mañana empezarás con fuego real. Hoy, solo la mecánica — Dario sentenció — Entrenamiento físico, tres horas. Práctica de tiro, dos horas.
Él dijo como si estuviera explicándole una rutina de danza, algo muy común, o muy soso, ¡Por todos los cielos!
— Ahora, concéntrate. No piens