La noche seguía suspendida como un suspiro contenido sobre Luminaria, aunque las estrellas comenzaban a apagarse una a una, cediendo su lugar al tenue resplandor del alba. El eco de los cánticos todavía flotaba entre las copas de los árboles y en las piedras aún tibias del ritual. Pero lo que ahora latía con más fuerza no eran los tambores ni las voces de los pueblos, sino los corazones entrelazados de quienes habían decidido permanecer, luchar y renacer.
La voz de Eryon todavía vibraba en los oídos de todos. Su declaración no solo había sido una promesa, sino una ruptura con todo lo anterior. Había proclamado que el consejo no sería solo un órgano de sabiduría antigua, sino una alianza viva y palpitante, capaz de cambiar con los tiempos. Que los tres pueblos tendrían igualdad de voto, de