Pasaron algunos días desde la ceremonia del Juramento Renovado, y por primera vez en mucho tiempo, el mundo no gritaba. La tierra ya no temblaba bajo las pisadas del miedo, ni el cielo se oscurecía por la amenaza de antiguas sombras. Las estaciones comenzaron a alinearse de nuevo, y con ellas, un equilibrio largamente anhelado floreció en los corazones de quienes aún reconstruían su día a día.
En medio de ese renacer silencioso, Amara y Lykos caminaron sin prisa por los campos floridos que se extendían más allá del faro. La brisa arrastraba el aroma de las flores silvestres, mezclado con la sal del mar cercano. Era una tarde templada, dorada por el sol, y sus dedos entrelazados eran la única señal visible del vínculo profundo que compartían.
—¿Lo sientes