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Capítulo 4: La Niebla Avanza

La alborada llegó con un rumor sordo, como un susurro inquieto que emergía de la tierra misma. La niebla, como un mal presagio, parecía intuir el peligro sufrido en el Altar de Sangre. Se arremolinaba en el horizonte con la determinación de un ejército de sombras, como si se hubiera regroupado, preparado para una nueva ofensiva. Al asomarme al balcón del faro, observé cómo aquella masa gris ascendía desde el acantilado, arrastrándose sobre las olas con una lentitud obsesiva, como si estuviera tomando fuerzas para lo que estaba por venir. La brisa que venía del mar se mezclaba con el frío hedor de la niebla, el mismo aroma nauseabundo que presagiaba la asfixia inminente.

Mis ojos recorrieron el horizonte, donde el mar y el cielo se fundían en una línea borrosa, oculta casi por completo por la niebla que avanzaba con su manto de muerte. A lo lejos, las primeras olas del océano comenzaron a chocar contra los acantilados, el sonido del agua transformado en un rugido ininterrumpido, como si la naturaleza misma estuviera luchando contra la invasión de la niebla.

Lykos apareció a mi lado, su silueta recortada contra el muro de piedra, casi fusionándose con el paisaje sombrío. Sus ojos de fuego, brillando con una intensidad feroz, reflejaban la misma preocupación que bullía en mi pecho.

—Ha retrocedido tras el ritual —musitó, su voz grave, pero cargada de tensión—. Pero no por mucho tiempo.

Lo supe antes de mirarlo. Con mi telepatía, pude sentir la ansiedad que se desbordaba en su mente, la duda que lo mantenía en vilo: ¿habría sido suficiente aquella tregua para mantener a raya la niebla? ¿O solo habíamos ganado una breve pausa en la batalla que estaba por librarse?

—Debemos reforzar las murallas —respondí, con una determinación renovada—. Y hay algo más que quiero probar.

Bajamos rápidamente al patio principal, donde los guardias humanos, lobunos y vampíricos ya se encontraban en plena actividad. El sonido de los martillos golpeando las armaduras y las lanzas siendo afiladas resonaba en el aire como un recordatorio de que la amenaza no había desaparecido. En el centro del patio, el altar circular permanecía intacto, sus runas aún tibias bajo la neblina acumulada que había quedado tras el ritual. Los faroles rojos a su alrededor emitían un resplandor carmesí, iluminando el pavimento con una luz sombría, casi fantasmal.

Me detuve en el centro del altar, donde la energía del ritual aún palpitaba, y reuní a los presentes. Con calma, comencé a explicar mi plan.

—Mi plan es sencillo —expliqué, mirando a cada uno de los guardias que nos rodeaban—. Aprovecharemos la resonancia del sello para ampliar el muro de contención. Tú, Lykos, liberarás un pulso de viento; yo me encargaré de la dispersión mental.

Lykos arqueó una ceja, claramente intrigado, pero también desconcertado.

—¿Cómo? —preguntó, su voz cargada de curiosidad y algo de escepticismo.

No perdí tiempo y, con una sonrisa rápida, encendí la runa de expansión que llevaba grabada en la palma. El basalto bajo mis pies vibró, como si respondiera a la llamada de la magia que fluía a través de mí.

—Tu aliento alfa barrerá la niebla física —dije, concentrándome—. Yo me encargaré de controlar la niebla psíquica. Si ambos pulso de energía se combinan, podemos lograr que retroceda.

Formamos un semicírculo, rodeados por las antorchas que aún chisporroteaban, los cristales y las runas activadas. Los guardias, armados y atentos, aguardaban las órdenes. Lykos respiró profundamente, preparándose para lo que estaba por venir. Su mirada fija y decidida indicaba que comprendía la magnitud de la tarea. Luego, con un rugido controlado, inhaló y exhaló con tal fuerza que el aire alrededor de nosotros se comprimió. Un vendaval helado emergió de sus pulmones, como si el mismo viento hubiera sido liberado de una prisión. Las antorchas se encendieron con furia, y una ola de humo cortó el silencio de la mañana.

Aproveché el momento. Recité con voz firme, las palabras del conjuro resonando en cada rincón de la estancia:

> “Espíritu de la Luna Carmesí,

guía tu luz a través de la bruma,

que ningún abismo nos devore

mientras un líder y una guardiana alumbren el camino.”

Las runas vibraron con fuerza, y un pulso de luz se desató en tres colores: morado, rojo y blanco. La niebla, que avanzaba imparable, se estremeció ante el poder combinado. Retrocedió, clareó por un momento, pero no se extinguió por completo. La batalla estaba lejos de terminar.

Lykos, con una furia contenida, rugió una vez más y, con un segundo pulso de energía, creó un vórtice de viento que arrastró la bruma hacia el mar. La niebla se rompió contra los arrecifes, dispersándose en fragmentos que se disolvieron en la inmensidad del océano.

—Ha funcionado —jadeé, observando cómo la niebla se dispersaba, aunque sabíamos que no era una victoria definitiva.

—Tenemos una oportunidad —respondió Lykos, con una mezcla de alivio y preocupación aún visible en su rostro.

Los guardias comenzaron a reforzar las murallas, aplicando los ungüentos rituales que ayudarían a mantener la barrera. Aunque el día amaneció limpio, sabíamos que la niebla regresaría. Era solo cuestión de tiempo. Sin embargo, ese pequeño triunfo nos dio la confianza necesaria para enfrentar lo que vendría. La tregua, aunque temporal, nos dio la oportunidad de prepararnos para la batalla final.

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