El sonido del cuerno reverberó en los muros de Luminaria, extendiéndose como una vibración que parecía recorrer hasta los huesos. No era un toque ceremonial, sino el grito áspero de un llamado de emergencia. Las puertas de la sala del Consejo se sacudieron al compás de las prisas de los mensajeros que subían las escaleras.
Amara giró el rostro hacia la entrada. Su instinto la empujaba a extender su poder de inmediato, a rastrear lo que se acercaba, pero también sabía que abrirse del todo después de lo que acababa de mostrar podría desgarrarla. La visión que había compartido seguía quemando en sus sienes.
Lykos, en cambio, no dudó. Se adelantó como un lobo en su territorio, los músculos tensos, las venas palpitando con adrenalina.
—Ese sonido no proviene de un entrenamiento. —Sus ojos rojos brillaron, cargados de un presagio—. Alguien está aquí.
Las puertas se abrieron de golpe, y un soldado humano entró jadeando, con la armadura marcada de hollín