La luz del alba apenas comenzaba a filtrarse entre los ventanales de piedra del salón del Consejo, pero la atmósfera estaba cargada, densa como la niebla que alguna vez cubrió Luminaria. Amara y Lykos, aún marcados por la pasión de la noche anterior, se encontraban frente a la mesa central, ahora cubierta con mapas, mensajes y símbolos de advertencia.
—No podemos bajar la guardia —dijo Amara, con el ceño fruncido mientras repasaba las marcas recientes en el mapa—. Las señales indican que la manada del Colmillo Roto no se ha disipado. De hecho, están reclutando, y no solo lobunos, sino también elementos oscuros de las aldeas vampíricas que rechazaron la Alianza.
Lykos apoyó la mano en el respaldo de una silla y exhaló con frustración. Su mirada roja se clavó en un punto fijo, mientras su mente organizaba estrategias y posibilidades.
—He enviado patrullas más allá de los límites conocidos, pero esto es diferente —respondió con voz grave—. Hay un traidor