El amanecer de Luminaria no fue pacífico.
El cielo estaba manchado con nubes bajas teñidas de un rojo apagado, como si el alba hubiese sangrado sobre ellas. El faro mágico lanzaba destellos intermitentes, cada uno más breve que el anterior, como si el corazón de la ciudad estuviera cansado.Amara, aún envuelta en la capa negra que Lykos le había puesto horas antes para ocultar la marca de sus colmillos en su cuello, miraba desde el balcón de la torre principal. El aire estaba impregnado con el olor salino del mar mezclado con un rastro metálico que su olfato vampírico reconocía al instante: sangre… y no de caza, sino de batalla.
Bajo ella, la plaza comenzaba a llenarse de murmullos y pasos apurados. Miembros de las tres razas —humanos, lobunos y vampiros— cruzaban mensajes, cargaban suministros, afilaban armas.
Algo se movía en las sombras del