A pesar de la estabilidad que la Guardia Eterna comenzaba a consolidar sobre la región, una inquietud persistente se albergaba en el alma de Amara. Era una sensación que no nacía de la razón ni de los informes tácticos, sino de un susurro antiguo, una punzada constante en lo más hondo de su conciencia. Desde la última expedición submarina, sus sueños habían cambiado.
Ya no eran visiones dispersas, ni advertencias veladas como las que el Oráculo solía ofrecer. Eran más íntimas, más personales. Voces veladas por el agua oscura la llamaban por su nombre verdadero, aquel que sólo los Oráculos conocían, aquel que no se había pronunciado en siglos. No era un nombre que evocara poder, sino origen. Y en esas llamadas, siempre había una sola dirección: las profundidades.Durante días intentó ignorarlo, refugiándose en los asuntos cotidianos del consejo, las patrullas de vigilancia y los nuevos rituales de enseñanza. Pero la voz no desaparecía. Al contrario, cada noche se vo