El amanecer se alzó bañado en escarlata, como si el cielo quisiera rendir homenaje a lo que estaba por comenzar. Las primeras luces teñían el mar con reflejos de fuego, mientras el viento traía un murmullo de solemnidad desde las alturas del faro. Era el inicio de una nueva era, marcada no por el conflicto, sino por la vigilancia activa y la esperanza renovada.
En la explanada que rodeaba la torre principal del faro, la Guardia Eterna aguardaba en formación perfecta. Treinta figuras erguidas, cada una con su armadura bruñida al brillo matutino, sus brazales rúnicos recién activados, y los ojos fijos en su líder. Algunos eran jóvenes con fuego en el alma, otros veteranos templados por la batalla. Lo que los unía no era la raza ni el origen, sino la voluntad de proteger la alianza más allá de cualquier sombra.Amara, vestida con una capa ceremonial de tonos oscuros y bordados lunares, caminó frente a ellos con paso firme. El silencio era total, reverente. Solo el cru