El Abismo sellado dejó tras de sí un vacío que vibraba en los huesos. El eco del combate aún danzaba entre los corredores de roca, como un suspiro apagado en medio de la nada. Allí donde antes latía el núcleo oscuro, ahora solo quedaba una losa de obsidiana, lisa como el espejo de un lago sin viento, sin reflejo, sin fondo.
Amara cayó de rodillas, el aliento rasgando su pecho como si hubiese corrido mil batallas en una sola noche. La piel le ardía, las runas en sus brazos parpadeaban en tonos apagados, y su pulso era apenas un murmullo.
Lykos la sostuvo, sus manos grandes temblaban, pero su mirada seguía firme. El aullido interior de su instinto se ha