(POV Liam Macmillan)
—Ya no se trata solo del bufete —dije al cerrar la puerta blindada del penthouse, deslizando el cerrojo automático con una precisión casi militar—. Esto es personal. Están cruzando una línea que no se desdibuja. Se rompe.
Olivia se mantuvo en pie junto al ventanal, la ciudad a sus espaldas como una jaula de cristal iluminada. Su silueta recortada contra Manhattan parecía inquebrantable, pero yo conocía la verdad. Ese silencio férreo, la mandíbula tensa, los brazos cruzados… todo eso era armadura. Ella estaba aterrada. Pero no por ella. Por mí.
Y eso me encendía las entrañas.
Saqué el teléfono sin pensarlo dos veces. Ya era tarde para juegos.
—Cargill.
La voz al otro lado respondió con la frialdad de un bisturí quirúrgico.
—Hace mucho que no escuchaba tu voz, Macmillan. ¿Problemas?
—Los suficientes para nec