Manhattan no duerme. Pero esa noche… rugía.
Las luces de la Quinta Avenida titilaban como advertencias cifradas mientras salía del edificio de Macmillan & Walton. La jornada había sido brutal: una maratón de recursos, revisiones periciales, declaraciones juradas y estrategias de defensa diseñadas para contener al Leviatán que era Lincoln Jones.
Eran las 22:46 cuando mis tacones comenzaron a sonar sobre el mármol del vestíbulo. Cada paso era un eco de cansancio y adrenalina. Mi blazer aún olía a café frío y nervios. Liam no contestaba. Cuatro llamadas perdidas. Ningún mensaje. Una punzada me recorrió el pecho.
La intuición. Esa voz sutil que siempre sabe.
Descendí sola al estacionamiento subterráneo. Oscuro. Silencioso. Demasiado. Ni un guardia, ni un coche