Las puertas del hotel Baccarat se abrieron como si el mundo entero esperara solo a ellos. Sophie sintió cómo las miradas caían sobre su piel desnuda, como si fueran manos invisibles recorriéndola. El mármol brillante, las lámparas de cristal y el eco de la música en vivo se desvanecieron frente a un detalle insoportable: todos la miraban.
Descendían por la escalera de cristal y mármol. Damien, a su lado, llevaba un esmoquin negro que parecía hecho a la medida de su cuerpo arrogante. El reloj de platino en su muñeca atrapaba las luces como una amenaza silenciosa. Él no caminaba: dominaba el espacio. Y ella… se sentía arrastrada en su órbita.
El vestido rojo abrazaba sus curvas con descaro. Sophie se obligó a mantener la espalda recta, aunque sus piernas temblaban bajo la tela. Cada paso era una confesión muda: era la desconocida que todos querían descifrar.
Un murmullo recorrió la sala. Luego flashes. Docenas de cámaras capturaban el momento, el destello cegador