Sophie se dirigió despues de aquella inquietante conversación con Damien, a la habitación. La puerta se cerró detrás de ella con un clic suave, casi solemne. Sophie se quedó inmóvil unos segundos, tragando saliva. La habitación que Damien había como suya mientras ese contrato tenía validez, parecía salida de una revista, de un universo que no pertenecía a gente como ella.
La cama era inmensa, de sábanas blancas que brillaban como seda bajo la luz cálida. Los cojines estaban dispuestos con una perfección imposible. Frente a la cama, una pared de cristal ofrecía la vista más obscenamente lujosa de Nueva York, un mar de luces extendiéndose hasta el horizonte. Sophie sintió que su pecho se apretaba: nunca había dormido tan cerca del cielo.
Dejó sus zapatos junto a la entrada y hundió los pies en la alfombra gruesa, mullida como una nube. Caminó despacio, acariciando con la yema de los dedos cada superficie: la madera pulida de las mesitas, la lámpara d