El cuero del sillón crujió suavemente cuando Sophie se sentó, rígida, con las manos entrelazadas sobre su regazo. El escritorio de ébano entre ella y Damien parecía demasiado ancho y, a la vez, insuficiente para protegerla de su mirada.Él se acomodó en su silla con un gesto de absoluta posesión. El ventanal detrás bañaba su silueta de luz, proyectando su figura poderosa y oscura contra el skyline de Manhattan.—Necesito que finja ser mi prometida —dijo sin preámbulos.El aire se le escapó de los pulmones a Sophie, como si la hubieran golpeado en el pecho. Parpadeó, incrédula.—¿Qué?Damien no repitió. Sus ojos, intensos, se hundieron en los de ella, como si el silencio que seguía ya contuviera toda la explicación.—¿Y… por qué yo? —preguntó al fin, con un hilo de voz, intentando disimular el temblor en sus dedos.La respuesta llegó como un disparo.—Porque necesitas el dinero.La vergüenza la atravesó de golpe. Sus mejillas ardieron, su estómago se encogió. Tragó saliva, incrédula, s
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