El despacho de Maximiliano en la empresa Santillana estaba sumido en un silencio denso, apenas roto por el zumbido monótono del aire acondicionado. La luz blanca del ventanal caía sobre su escritorio de madera oscura, donde varios informes esperaban su firma. Sin embargo, él no podía concentrarse; la tinta en las páginas parecía desvanecerse frente a sus ojos cada vez que su mente regresaba a la misma imagen: el almuerzo con Catalina, inmortalizado en todos los titulares.
La pantalla de su computadora mostraba, una tras otra, las portadas de los periódicos y las páginas digitales con el mismo encabezado sensacionalista:
“Maximiliano Santillana y Catalina, juntos de nuevo: el almuerzo de la reconciliación.”
Las fotografías eran una provocación: Catalina sonriendo como si nada en el mundo hubiera pasado entre ellos, Emma con una expresión inocente y feliz, y él en medio, con un rostro serio que los medios describían como “discreción” o incluso “complicidad”. Cada comentario en redes soc