El amanecer llegó suave, filtrándose por las cortinas de la casa de doña Adela. Ana Lucía abrió los ojos lentamente, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. No había dormido bien, aunque la calma del hogar de su abuela había logrado que se sintiera segura.
Un suave timbre en la puerta la hizo levantarse de inmediato. Doña Amelia, con el cabello aún desordenado, la miró con curiosidad.
—Mi niña, saldré al mercado con Carmen ¿Esperas a alguien, hija? —preguntó doblando la bolsa de compras.
Ana Lucía asintió mientras se peinaba a toda prisa.
—Está bien abuela, cuídate mucho. Esperaré el chofer de la mansión.
Doña Adela se acercó y besó su frente.
—Te dejo mi bendición, mi niña —dijo con una sonrisa—. No te olvides de comer algo antes de salir.
—Prometido.
Unos minutos después, el auto negro estaba esperándola frente a la acera. Ana Lucía subió con el corazón latiendo rápido. Emma. Solo pensaba en ella. Sabía que Catalina podía estar allí, pero lo único que le importaba era la niña