Capitulo 54

La noche había caído suave sobre la ciudad, envolviéndola en una calma luminosa que apenas era interrumpida por el canto lejano de una cigarra o el murmullo de las hojas mecidas por el viento cálido. Al llegar a la mansión, el coche de Maximiliano se deslizó con elegancia por la entrada adoquinada, reflejando las luces tenues de los faroles de jardín en su pintura oscura.

Emma dormía profundamente en los brazos de su padre, con las mejillas coloradas por la risa, los dedos aún pegajosos de azúcar y la cabecita apoyada en su hombro como si allí, en su pecho, estuviera el lugar más seguro del mundo. Su respiración pausada marcaba un ritmo sereno que contrastaba con la mirada de Maximiliano, aún prendida en la figura de Ana Lucía mientras ella abría la puerta principal con cuidado.

—Déjame ayudarte —susurró ella, al ver que él bajaba con delicadeza del coche con la niña dormida entre los brazos.

—Estoy bien —respondió él con una sonrisa baja, sus ojos brillando con ternura—. Quiero carga
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