Capitulo 53

El sol de la tarde caía tibio sobre la ciudad, bañando los edificios con una luz dorada que hacía parpadear los ventanales como espejos. En el estacionamiento del centro comercial, Ana Lucía ajustó su bolso al hombro mientras sostenía la mano pequeña y cálida de Emma, que no paraba de dar saltitos de emoción.

—¿Y papi ya llegó? —preguntó la niña, con los ojos grandes fijos en la entrada.

Ana sonrió, acariciándole el cabello.

—Ya casi, princesa. Dijo que no tardaba.

Emma apretó su mano con más fuerza, como si el entusiasmo le brotara por los dedos. Ana, por su parte, intentaba no demostrar el torbellino interno que llevaba. Su corazón latía con más fuerza de lo habitual, quizás por los nervios o por la ilusión que la recorría como una corriente sutil.

Y entonces lo vio.

Maximiliano caminaba hacia ellas, vestido informal por primera vez en mucho tiempo: jeans oscuros, una camisa celeste remangada y lentes de sol que se quitó en cuanto reconoció a Emma. Su sonrisa era amplia, sincera, lu
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