Capitulo 18

El sol apenas comenzaba a teñir de oro los bordes del cielo cuando el sonido del despertador interrumpió el silencio de la habitación. Ana Lucía lo apagó con un movimiento ágil, acostumbrada a los ritmos madrugadores.

Se dirigió a la habitación de Emma y la vio tan dormida. Ana se quedó unos segundos observándola. Sus pestañas largas, su respiración suave, el mechón de cabello alborotado sobre la frente. Se sentía afortunada por tenerla, aunque no fuera suya. Le acarició la mejilla con cuidado, sin despertarla, y luego se fue a la cocina para indicarle a las chicas que desayuno preparar para la niña.

La mansión aún olía a limpieza nocturna y a la brisa fresca que se colaba por los ventanales del pasillo. Prepararon el desayuno: panecillos tibios, fruta picada y un vaso de leche con chocolate para Emma. El aroma del pan tostado llenó el aire, mezclándose con el perfume tenue a jazmín que llevaba Ana.

Cuando subió a la habitación ya Emma estaba de pie descalza, restregándose los ojos c
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